6 de des. 2015

El Rey Baltasar, un cuento de Navidad.



 A Ignacio Aldecoa.




Baltasar como monarca era un rey sobrio. De escasa quincalla y mayormente mucho turbante. De proceder habitual parco y espartana corte. Baltasar pasaba desapercibido -o eso pensaba- aunque fuera de contexto daba la nota muy mucho. Del marrón chocolate al negro áspero en un abanico de tonalidades posibles, que dependía de la luz. Hoy, por una autopista de terciopelo.
¡Y estaba nevando!

            Baltasar era un negro de verdad sutil y fino. Un pícaro urbano de patera. Un indocumentado y mísero ser humano que añoraba su tierra y a su familia. Un don nadie al que el rigor del invierno azotaba con más dureza, porque su empeño era regresar a las cálidas tierras que le vieron nacer. Ni los guantes de cabritilla o la pelliza prestada conseguían quitarle ese sobrecogimiento ni el castañear del orgullo precario que ostentaba en un día tan especial. Nunca había visto ni tocado nieve de verdad. Bajo las farolas el infinito del universo se estrellaba en su frente, polvo de estrellas que cuajaba y se fundía escarchado en sus mejillas, lágrimas de ángel emocionado.
 ¡Nevaba! 

            Parecía un rey de verdad montado en aquella carroza dorada y rodeado de pajes sumisos. Saludaba ceremoniosamente, con solemnidad, a las criaturas y sonreía con una ofensa de dientes blancos que eran la envidia inconfesable de la funcionaria de extranjería. Baltasar era un negro ufano real, incluso guapo. Una gacela de la precariedad fuera de la sabana, más allá de todo, pero tan lejos de su país…

En las aceras las multitudes se apretujaban para verle. Padres perdiendo la compostura con tiernas criaturas a las que apedrear con dulces caramelos. Perfumes balsámicos de mirra así que la guardia urbana de gala saludaba militarmente. Un sueño convertido en realidad, una foto de portada que franquearía el destino a la calidez del trópico. Con cautela, no fuera a fundirse el manto blanco moteado ni el sueño. 

Los ojos de los inocentes, los crédulos infantes de aquella corte, tenían la virtud de hacerle olvidar por una noche las penas de todo el año. Baltasar, rey de una monarquía a la que no le era permitido acuñar moneda, a no ser falsa ilusión, espejismo o quimera inocente. 

-¿Será de verdad negro o será pintado? -se molestó. Dudaban por primera vez en su vida si él era blanco o negro, y precisamente cuando iba haciendo de Rey.

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