A Ignacio Aldecoa.
Baltasar como
monarca era un rey sobrio. De escasa quincalla y mayormente mucho turbante. De
proceder habitual parco y espartana corte. Baltasar pasaba desapercibido -o eso
pensaba- aunque fuera de contexto daba la nota muy mucho. Del marrón chocolate
al negro áspero en un abanico de tonalidades posibles, que dependía de la luz.
Hoy, por una autopista de terciopelo.
¡Y
estaba nevando!
Baltasar era un negro de verdad sutil
y fino. Un pícaro urbano de patera. Un indocumentado y mísero ser humano que
añoraba su tierra y a su familia. Un don nadie al que el rigor del invierno
azotaba con más dureza, porque su empeño era regresar a las cálidas tierras que
le vieron nacer. Ni los guantes de cabritilla o la pelliza prestada conseguían
quitarle ese sobrecogimiento ni el castañear del orgullo precario que ostentaba
en un día tan especial. Nunca había visto ni tocado nieve de verdad. Bajo las
farolas el infinito del universo se estrellaba en su frente, polvo de estrellas
que cuajaba y se fundía escarchado en sus mejillas, lágrimas de ángel
emocionado.
¡Nevaba!
Parecía un rey de verdad montado en
aquella carroza dorada y rodeado de pajes sumisos. Saludaba ceremoniosamente,
con solemnidad, a las criaturas y sonreía con una ofensa de dientes blancos que
eran la envidia inconfesable de la funcionaria de extranjería. Baltasar era un
negro ufano real, incluso guapo. Una gacela de la precariedad fuera de la sabana,
más allá de todo, pero tan lejos de su país…
En
las aceras las multitudes se apretujaban para verle. Padres perdiendo la compostura
con tiernas criaturas a las que apedrear con dulces caramelos. Perfumes balsámicos
de mirra así que la guardia urbana de gala saludaba militarmente. Un sueño convertido
en realidad, una foto de portada que franquearía el destino a la calidez del trópico.
Con cautela, no fuera a fundirse el manto blanco moteado ni el sueño.
Los
ojos de los inocentes, los crédulos infantes de aquella corte, tenían la virtud
de hacerle olvidar por una noche las penas de todo el año. Baltasar, rey de una
monarquía a la que no le era permitido acuñar moneda, a no ser falsa ilusión,
espejismo o quimera inocente.
-¿Será
de verdad negro o será pintado? -se molestó. Dudaban por primera vez en su vida
si él era blanco o negro, y precisamente cuando iba haciendo de Rey.
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